Mi lista de blogs

viernes, 26 de julio de 2013

Miedo al miedo

Tenemos miedo de perder lo que queremos. Tenemos miedo de fracasar. Tenemos miedo a lo desconocido. Tenemos miedo al dolor. Tenemos miedo a perder el rumbo. Tenemos miedo al miedo.

Y, ¿de qué sirve tener miedo? De nada. Únicamente nos frena en nuestro camino, no hace perder un tiempo muy valioso, estar en estado de alerta. Tengamos o no miedo, pasará lo que tenga que pasar. No podemos evitarlo, no somos dueños de nuestro destino. De un hombre de los fallecidos en el accidente de Santiago, decía su mujer: "era la primera vez que cogía un tren". ¿No estaba la suerte de ese hombre echada? Yo creo que sí.

Mi tío abuelo Domingo, cogió hará más de 30 años un avión a Nueva York. La familia, asustada, llena de miedo le preguntó: "¿Y si se cae el avión?" Domingo, que sabía vivir, contestó: "¿Pero, y si no se cae, y veo Nueva York..?"

No tengamos miedo.

lunes, 22 de julio de 2013

Los límites

Frecuentemente sobrepasamos los límites. ¿Qué límites? Yo creo que todos. No sé si es problema de nuestra educación, en la que a menudo, por darnos todo, nos dan demasiado, o si por el contrario pasar los límites es algo inherente al ser humano. Los educadores recomiendan enseñar a los niños a canalizar su frustración diciéndoles a veces la palabra NO, poniéndoles límites.

Los límites del respeto son fáciles de traspasar cuando hay confianza, pues a veces la sinceridad puede faltar a la diplomacia y no siempre decir lo que se siente es lo más adecuado. ¿Cuántas veces a lo largo de nuestra vida nos hemos arrepentido de decir cosas que sentíamos en ese momento y que preferiríamos haber callado? Yo sin duda muchísimas, incontables. Los límites son necesarios, útiles, funcionales para las relaciones interpersonales y para guardar la face, o imagen de cortesía positiva, en el lenguaje de Leech. En lo que concierne al respeto, usualmente se pasa la línea "en caliente", en circunstancias en las que nuestro estado de ánimo o nuestro ego ofendido no nos permiten pensar antes de hablar. Sin embargo, sería en estas ocasiones en las que seríamos realmente nosotros, ¿o no? ¿Lo que decimos sin pensar es algo que inconscientemente deseamos decir?

Me parece necesario conservar los límites, sin llegar a la hipocresía guardar cierta diplomacia (aunque acostumbro a decir que prefiero ser sincera y maleducada que diplomática e hipócrita). Sería imposible vivir sin límites en sociedad. Si todos dijésemos siempre lo que se nos pasa por la cabeza, si hiciésemos todo lo que en algún instante sentimos sin meditar sus consecuencias, si únicamente las emociones dictaminasen nuestra conducta... las relaciones serían caóticas.

Conservemos los límites. Al menos, sobrios.

jueves, 18 de julio de 2013

Salir de las drogas

La peor droga del mundo, sin lugar a dudas, es el amor adictivo. Las relaciones enfermizas de "ni contigo ni sin ti sé vivir" que empiezan ocupando una pequeña parte de tu vida para acabar convirtiéndose en un todo o nada.

Cuando caes en una relación de este tipo, el cuelgue es progresivo. Cada vez necesitas más. Cada vez eres menos tú y más parte de otro. Y sin comerlo ni beberlo, acabas siendo una persona apegada y totalmente dependiente de decisiones ajenas a ti. Sin embargo, este amor "tóxico" contiene al igual que el resto de drogas componentes adictivos que hacen que aunque llegues a estar totalmente hundido algunas veces, otras llegues a tocar el cielo (esto solo se consigue bajo los efectos de las drogas). Son esos momentos de climax, de locura emocional desatada, de vivir al límite, los que hacen que soportemos cada bajón insufrible. Tras estos bajones, en los que se puede llegar a desear la muerte, nos armamos de valor y decimos: "mañana acabo con esto, no puedo seguir así". Pero es más fuerte la adicción que nuestra voluntad. Y llegamos a punto en el que, como en la canción de R de Rumba, nos da igual qué seamos en la vida del otro y cómo acabe la historia. Queremos ser su reina o su ruina.

A los que están todavía enganchados les recomiendo fuerza de voluntad, rodearse de buenos amigos (las drogas suelen alejarnos bastante de los que más nos quieren, quienes, lógicamente intentan que las dejemos) y una buena metadona. La paz vale más que las pocas veces que tocaste el cielo. Y aunque ahora no lo parezca, habrá más personas que te amen, y seguro que te amarán de una manera más sana.

miércoles, 17 de julio de 2013

Entre la desidia y la ilusión hay un fino hilo que separa el esfuerzo por conservar una amistad. Somos a veces inconscientes del apego o la necesidad que tenemos hacia alguien que ha estado ahí siempre, hasta que no está. Comúnmente conocemos a nuestros amigos en el colegio o el instituto, pasan los años y las personas entran y salen de nuestra vida, como en una continua despedida de Boccioni...

Sin embargo, si tenemos la suerte de conservar a nuestros amigos del colegio (yo la tengo), las experiencias de cada uno y otros condicionantes externos a la propia amistad, harán que nuestra evolución sea diferente. Nuestros gustos por la ropa o la comida serán diferentes, nuestro ideal de pareja será diferente, nuestro camino a seguir será diferente, ¡por Dios, donde una vea un tomate, otra verá una pera! Y te preguntas, ¿qué me une a mí a esta persona? ¿La habría elegido cuando hubiera dejado de llevar chupete? Esto te lleva a deducir que la mayoría de las veces la respuesta es NO. Pero, sin embargo, quieres a esa persona que a veces te desquicia y otras te hace reír hasta que te duelan los riñones. Es el precio de la amistad a largo plazo. Los amigos de siempre son una especie de familia, a la que como a tu familia, quieres incondicionalmente.

Querer incondicionalmente: haga lo que haga, piense como piense (dentro de unos límites, al menos para mí) SIEMPRE será tu amigo. Porque lo/la quieres. Y eso, ES ASÍ.