Frecuentemente sobrepasamos los límites. ¿Qué límites? Yo creo que todos. No sé si es problema de nuestra educación, en la que a menudo, por darnos todo, nos dan demasiado, o si por el contrario pasar los límites es algo inherente al ser humano. Los educadores recomiendan enseñar a los niños a canalizar su frustración diciéndoles a veces la palabra NO, poniéndoles límites.
Los límites del respeto son fáciles de traspasar cuando hay confianza, pues a veces la sinceridad puede faltar a la diplomacia y no siempre decir lo que se siente es lo más adecuado. ¿Cuántas veces a lo largo de nuestra vida nos hemos arrepentido de decir cosas que sentíamos en ese momento y que preferiríamos haber callado? Yo sin duda muchísimas, incontables. Los límites son necesarios, útiles, funcionales para las relaciones interpersonales y para guardar la face, o imagen de cortesía positiva, en el lenguaje de Leech. En lo que concierne al respeto, usualmente se pasa la línea "en caliente", en circunstancias en las que nuestro estado de ánimo o nuestro ego ofendido no nos permiten pensar antes de hablar. Sin embargo, sería en estas ocasiones en las que seríamos realmente nosotros, ¿o no? ¿Lo que decimos sin pensar es algo que inconscientemente deseamos decir?
Me parece necesario conservar los límites, sin llegar a la hipocresía guardar cierta diplomacia (aunque acostumbro a decir que prefiero ser sincera y maleducada que diplomática e hipócrita). Sería imposible vivir sin límites en sociedad. Si todos dijésemos siempre lo que se nos pasa por la cabeza, si hiciésemos todo lo que en algún instante sentimos sin meditar sus consecuencias, si únicamente las emociones dictaminasen nuestra conducta... las relaciones serían caóticas.
Conservemos los límites. Al menos, sobrios.